3 de noviembre de 1833.
La batalla de Vargas (también llamada acción de Vargas) noviembre de 1833.
Durante el desarrollo de la Primera Guerra Carlista en España, mientras las tropas leales al Infante Don Carlos avanzaban para tomar la ciudad de Santander. Una vez alcanzada Reinosa por el regimiento mandado por el Teniente Coronel Juan Felipe de Ibarrola, éste continuó con sus soldados hacia Toranzo, donde se uniría a las tropas de Echevarría, estacionadas en Puente Viesgo, y esperarían la llegada del comandante Santiago Villalobos, que ya había ocupado Torrelavega. La unión de estas tres fuerzas de combate carlistas en Vargas hacía posible la formación de un contingente numeroso y con garantías para iniciar el asalto y toma de Santander.
A primeras horas del tres de noviembre, ya se encontraban en Vargas unos trescientos hombres de Echevarría e Ibarrola esperando la unión de las tropas de Villalobos, que aún no había salido de Torrelavega.
Al conocerse en Santander la noticia de la concentración de estas fuerzas que amenazaban con avanzar hacia la capital, el Coronel Fermín Iriarte salió con una improvisada columna de unos cuatrocientos hombres, en un intento de detener la ofensiva carlista. Cuando llegaron al puente de Carandía, el encuentro con una anciana que minutos antes había pasado entre los carlistas le iba a resultar providencial. Se trataba de Manuela García de la Macorra, de 65 años y vecina de Renedo, que tenía enfermo a su hijo Miguel y había salido a la botica de Vargas, en el barrio de Llano, a por unas medicinas.
La señora Manuela estaba impresionadísima, pues en su recorrido de vuelta de la botica desde Tintiro a la carretera por la Cuesta de la Garita y desembocar en Riopozo, pasó entre muchos militares en pie de guerra. Mayor sorpresa fue cuando llegó al puente de Carandía y se topó con los guerreros liberales de Iriarte, recién llegados de Santander. “Hijos míos, no vayáis más para allá, que os van a matar”, relatando con todo lujo de detalles lo que había visto en su camino.
Sus noticias fueron recibidas con gran satisfacción por Fermín Iriarte, quien prevenido por Manuela y ayudado con las informaciones sobre el terreno y los caminos más apropiados por Felipe Peña, un muchacho de Vargas que iba en su columna, preparó a sus hombres para la lucha.
Al anochecer, las fuerzas de Iriarte se lanzaron contra los carlistas que, sorprendidos por el ataque, abandonaron sus posiciones, rehuyeron el combate y rápidamente se dispersaron por los montes cercanos, dejando sobre el campo de batalla la mayoría de las armas y efectos militares, así como seis muertos y 112 prisioneros, entre los que se encontraba el Teniente Coronel Ibarrola.
La noticia llegó rápidamente a Santander, pero reflejando un resultado contrario al sucedido en la acción. De este modo, la ciudad se preparó para la defensa ante el próximo asalto carlista, disponiendo fosos, estacas y otras obras de fortificación para tratar de repeler el próximo ataque. Sin embargo, tras unas horas de máxima tensión en la capital, llegó el capitán Francisco Gómez de la Torre con un pliego de Iriarte, en el que describía un triunfo glorioso sin bajas, en apenas treinta minutos y gracias a las noticias de “una Vieja de Vargas”. El júbilo en la ciudad fue desmesurado, repicaron campanas y la gente salió a la calle dando incesantes y desaforados vivas a la “Vieja de Vargas”, en agradecimiento al servicio dado por la señora a las tropas liberales.
Cuentan los estrategas militares y los historiadores de esta época, que la “Acción de Vargas” tuvo escasa importancia militar, tanto por los pocos efectivos empleados como por su corta duración y reducido número de bajas. Sin embargo, sí tuvo gran trascendencia en el curso de la guerra, pues dejó a Cantabria definitivamente fuera de la órbita carlista.
En recuerdo de este acontecimiento y en agradecimiento a Doña Manuela, Santander puso los nombres de Vargas y Tres de Noviembre a dos de sus calles principales.
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3 de noviembre de 1893
El desastre del vapor CABO MACHICHACO
El 3 de noviembre de 1893, el Cabo Machichaco, estaba atracado en el muelle saliente llamado número 2 de Maliaño, ubicado justo frente a la actual calle de Calderón de la Barca. Entre otras mercancías que había en el barco, como harina y material siderúrgico, también transportaba varios garrafones de ácido sulfúrico en cubierta y algo más de 51 toneladas de dinamita, de cuya existencia no se había dado parte, o bien fue omitido por las autoridades portuarias.
La dinamita era procedente de Galdácano, y su destino eran los puertos del Sur, excepto 20 cajas que eran para la ciudad de Santander. De acuerdo con el Reglamento del puerto de Santander, cualquier buque que transportase dinamita debía efectuar sus operaciones de carga o descarga en el fondeadero de la Magdalena o al final de los muelles de Maliaño, localidad del actual municipio de Camargo.
Hacia la una y media de la tarde las autoridades locales recibieron la información de que se había declarado a bordo un incendio, que se intentó apagar con los pocos medios disponibles del barco, los de los bomberos, que al parecer también eran algo escasos, y los del gánguil de la Junta del Puerto. Ante la situación, la mayoría de las autoridades locales y técnicos se involucraron en el incendio para tratar de sofocarlo. El incendio, que empezó en la cubierta y después se propagó por las bodegas de proa, surgió como consecuencia de la explosión de una bombona de vidrio con ácido sulfúrico.
Cabe destacar que también acudieron a prestar su ayuda las tripulaciones de los barcos que se hallaban fondeados o atracados, como el vapor correo Alfonso XIII, que había llegado el día anterior a Santander tras su primer viaje a Cuba. Tanto su capitán, Francisco Jaureguizar y Cagigal, como el capitán subinspector Francisco Cimiano, dispusieron que el vapor auxiliar nº5, propiedad de la Compañía Trasatlántica Española, colaborase en la extinción del incendio. De esta forma embarcaron en el mismo, junto con numerosos tripulantes del vapor Alfonso XIII. También acudieron para colaborar en la extinción del incendio las tripulaciones de los demás buques que estaban en Santander, entre ellos el mercante inglés Eden, el francés Galindo y el trasatlántico español Catalina, de la naviera Pinillos. Un tripulante de este buque, Pachín González, sería el protagonista de la novela del mismo nombre del escritor José María de Pereda.
Una hora después estallaron las dos bodegas. Algunos edificios cercanos se derrumbaron. La onda expansiva se propagó por toda la bahía. Cientos de fragmentos de hierro salieron disparados a varios kilómetros de distancia. La explosión produjo además una tromba de agua de millares de toneladas, que arrastró a muchas personas al mar. Todos los que subieron al barco, incluidos 32 tripulantes del Alfonso X
III y el capitán del mismo, Francisco Jaureguizar, dejaron su vida en la explosión que se produjo.El fuego atrajo multitud de curiosos, que, ajenos a lo que había en la bodega, contemplaban el fuego. A las cuatro de la tarde, con el incendio todavía presente, se supo el contenido de la embarcación. A pesar de ello, el público no fue retirado de la zona por las autoridades.
El resultado de la explosión fue de 590 muertos y 525 heridos, aunque otros citan unos 2.000 heridos. Cabe destacar que en aquel momento había 50.000 censados en la ciudad de Santander. Fallecieron la mayor parte de las autoridades civiles y militares de Santander, incluido el gobernador civil, además de bomberos, trabajadores y curiosos que se habían acercado a observar cómo ardía el barco.
Además de lo evidente del desastre, que fueron las víctimas mortales y los heridos, las infraestructuras cercanas al lugar de la explosión se vieron dañadas y algunos edificios no resistieron la onda expansiva, la cual destruyó casi todas las casas de la calle Méndez Núñez. El fuego se cebó en numerosas viviendas, alumbrando durante toda la noche la búsqueda de restos humanos.
Durante los meses siguientes al desastre, se intentó rescatar los restos del barco hundido en la bahía, pero de nuevo el barco volvió a ser protagonista de otra tragedia, pues el 21 de marzo de 1894 se produjo una explosión como consecuencia de estas labores y murieron 15 operarios.
En definitiva, Santander tuvo que recuperarse de un desastre sin precedentes, puesto que muchas de las autoridades civiles, militares y bomberos fallecieron en la explosión. Cabe destacar que Santander venía sufriendo una crisis desde 1875, con la prohibición de las exportaciones de trigo y harina al extranjero, agudizada por la quiebra del comercio con las colonias americanas. Sumado a esto el desastre del Machichaco ocurrió en un delicado momento para la ciudad.
A pesar de ello, la recuperación económica y social de Santander fue progresiva puesto que en 1898 surge el Monte de Piedad, que en la actualidad es la entidad financiera Caja Cantabria, y el Banco Mercantil (1907), además de compañías navieras, como es el caso de Navegación Montañesa.